Los Ángeles
El comienzo y gran parte de este escrito está compuesto de una historia real. Pero es una historia de la cual solo conozco algunos fragmentos que me llegan como resúmenes de cada nuevo capítulo que se me presenta. Y es una historia triste, tan triste que hasta siento algo de aprensión en contarla, sabiendo que no es mía. Aunque el inicio y muchas partes sean de enorme felicidad, la tristeza es muy grande y termina inevitablemente cubriéndolo todo.

Se inicia muchos septiembres atrás, cuando por esas casualidades de la vida mi hermano más cercano y yo estábamos convirtiéndonos en padres. Mi hijo nació a fines de julio y el de él a mediados de este mes, hace 12 años. En el primer capítulo de esta historia conocí a los principales protagonistas y también en circunstancias poco comunes, ya que se trataba de una joven pareja cuyo hijo, su primogénito, nació el mismo día y en el mismo lugar que mi sobrino, y desde ese momento ambas flamantes familias se hicieron amigas. Algunas veces son extrañas las razones por las que elegimos a nuestros amigos, pero creo que el principal factor es aquello que tenemos en común, y compartir tan enorme felicidad en una experiencia única y nueva para ellos fue la mejor razón posible.

La vida de esta joven familia siguió su camino como el de cada persona, con sus pequeñas y grandes cosas de todos los días, siempre ajeno a mi propio camino, con la excepción de un único día al año en el cumpleaños de mi sobrino. En esa fecha los integrantes de ambas familias se reúnen a festejar juntos año tras año, de forma que ya se convirtió en una tradición. Y es por eso que en ese único día me reencuentro con esta historia como quien abre un libro olvidado en la página que había dejado marcada, para averiguar qué sigue en el siguiente capítulo.

Los primeros cumpleaños fue muy divertido ver cómo iban creciendo esas criaturas redondeadas constantemente midiendo sus posibilidades y obligando a ponerles no solo límites sino fronteras reales para que no rompan todo y se rompan ellos. Al ir convirtiéndose en personitas con el correr de los festejos anuales, uno podía ir descubriendo las distintas personalidades que se iban formando, el tímido o el hiperactivo, y encontrar en sus ojos la inteligencia de un ser que nos cuestiona aún cuando no dice nada.

A los pocos capítulos me enteré que este joven amiguito de mi sobrino tenía un tumor. Fue una de esas tantas injusticias que le suelen ocurrir a los más inocentes y nos dejan tan desnudos parados sobre piernas flojas sin encontrar una explicación. Empezó simplemente con un "Mamá, me duele la rodilla" como si fuera una pequeña cosa más del crecimiento, un golpe, una caída, un día normal de niño. El paso de la incertidumbre a la certeza fue muy rápido y nada fue igual desde entonces, ya no habría más días comunes y corrientes. Demasiado pronto, ya iba por la vida sin su pelito rubio, peladito a causa de los tratamientos disponibles. Y así tengo presente la imagen del último capítulo que compartimos juntos, injustamente joven para no tener más cumpleaños, tan joven que las fotos que conservo de ese festejo fueron tomadas en un pelotero. No estoy seguro de cómo y cuándo esta pareja pudo continuar con su vida después. Nada nos prepara para soportar tanto dolor y aunque, de alguna forma, finalmente lo hagamos, son cosas que nos acompañarán cada día del resto de nuestra vida.

En los siguientes capítulos, de alguna forma, se sobrepusieron a las circunstancias con otro milagro, y al poco tiempo su amor pudo volcarse sobre una hermosa bebé, la cual a través de los sucesivos años se convirtió en una dulce princesita y hoy juega con mis otras sobrinas y sus amiguitas, necesariamente apartadas de los varones más grandes y revoltosos. No sé exactamente cuando nació, y ya perdí la cuenta de hace cuánto, pero todavía se mantiene la tradición de festejar la vida cada septiembre. Después de todo, si todo el mundo acostumbra a hacer fiestas en fechas que, pensándolo un poco, no tienen ningún significado, hay motivos más que suficientes para fortalecer ese día nuestros lazos invisibles.

Sin embargo, no estaba escrito en el destino que había terminado la desdicha de nuestros amigos y por fin podrían tener paz. Cerré mi libro este año con la noticia de que el ya no tan joven padre de esta familia había fallecido de un ataque cardíaco. No sé mucho más, si venía padeciendo de problemas de salud, si no se cuidaba o traía antecedentes de sus padres, lo único que sé es que seguramente su corazón se había roto mucho tiempo antes y posiblemente nunca pudo sanar. Tal vez como una afirmación sobre la estadística de que las mujeres son más fuertes que los hombres, en nuestro festejo anual nos acompañaron únicamente madre e hija, y la pequeña con su pelito rubio es la imagen viva de su padre y su hermano.

Y esta fue la historia, que no es mi historia sino la de unos ángeles que tuve el privilegio de conocer. No estoy hablando de religión, aunque no tengo dudas de que todas las religiones saben de esto y lo explican cada una a su manera. Estoy seguro de que los ángeles existen y están entre nosotros, solo tienen que estar atentos y no alejarlos. Si los dejan ser parte de sus vidas, puede ser que solo pasen fugazmente y les dejen una ayuda o una enseñanza, pero siempre van a aparecer cuando menos se los esperen y cuando más los necesiten. Algunas veces no va a ser tan clara la razón de su existencia y se van a sentir confundidos o asustados, pero no hay que angustiarse, no tengan dudas de que siempre hay una razón por la cual estos ángeles nos honran compartiendo aunque sea un poco de nuestras vidas. Saber reconocerlos y abrir nuestro corazón depende de nosotros.
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