El Truco de E.T.
El primer E.T. quedó rezagado en la Tierra. Solo y desvalido en un planeta extraño, sin embargo, se esforzó sobremanera en la tarea de intentar comunicarse con nosotros. Aplaudimos su empeño mientras veíamos conmovidos cómo de a poco aprendía nuestro idioma y pronunciaba con mucha dificultad las palabras. Pero fue toda una revelación cuando de repente, con un mínimo movimiento de su dedo, comenzó a hacer levitar distintos objetos y a hacerlos girar en círculos en el aire, a semejanza de un sistema solar del cual él seguramente provenía. Éramos como niños una vez más, sorprendiéndonos con la magia de lo nuevo.

Un tiempo después, cuando para todos ya era un hecho que no estábamos solos en el universo, llegaron en sus naves y descubrimos maravillados a esa raza alienígena que se veía tan tímida, recolectando muestras de plantas en silencio aquí y allá por los planetas, y que finalmente se animó a presentarse y crear vínculos con nosotros. Nos mostraron miles de cosas que nunca podríamos haber imaginado, sacando un conejo blanco tras otro de sus galeras, y cuando parecía que el espectáculo había acabado siempre aparecía otro as bajo la manga.

Ellos, con solo un pestañeo hacían volar cualquier objeto pesado por los aires y suavemente lo posaban luego en su sitio; con una mueca desarmaban una complejísima maquinaria y con otra la volvían a armar; con un suspiro, docenas de mariposas coloridas aparecían entre brillantes luces y flotaban hasta perderse de vista; con un chasquido se teletransportaban de un lado a otro y luego volvían a nuestro lado sin producir ni siquiera la más ligera brisa. En sus rostros adivinábamos encontrar satisfacción por sus actos, difícilmente disimulada por sus embajadores mientras repasaban con los líderes del mundo los planes para establecerse de forma permanente en nuestro espacio.

Pero nos llevó muy poco tiempo darnos cuenta de que los E.T. desde su llegada estuvieron jugando en todo momento un truco barato con nuestras mentes: cuando los objetos volaban, nunca se movían de su sitio sino que todo era nuestra imaginación; cuando distintas maravillas aparecían ante nuestros ojos, o cuando ellos se transportaban con un parpadeo no era más que la semilla de esa idea que implantaban en nuestro cerebro para hacernos ver lo que ellos querían que viéramos. Las cosas simplemente nunca sucedían sino que eran puros inventos. Sufrimos la misma desilusión que sentimos al pescar a un mago en un error visible que arruina la fantasía.

Creo que nunca en la historia una raza extranjera fue expulsada a patadas de forma tan rápida. Como recordatorio existe una fecha en la que la humanidad toda rememora el acontecimiento. Aunque fundamentalmente lo que queremos que perdure para siempre ese día no es el episodio que pasó sino todo aquello que pudo haber sucedido, y poder así inmortalizar para las generaciones futuras la advertencia de que el gran truco de los espejitos de colores no es pasado sino que puede regresar cuando menos lo esperemos para engañar a otros confiados inocentes.
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