El Password Conocido
Peter Jenkings arrastró el puntero del mouse por la pantalla e hizo click con algo de interés sobre un link con la descripción "Lista actualizada de los 50 peores passwords". Leyó los primeros puestos: encabezaba "password", le seguía "123456", completando el podio "12345678", luego "abc123" y en quinto lugar "qwerty". Siguió avanzando por la lista y en el puesto número 27 encontró el código que él usaba desde hace años en todas sus casillas de mail y redes.

Peter salió de su pequeña casa con puerta roja. Luego de mirar a ambos lados la línea con idénticas casitas de puertas rojas de la calle que bajaba en pendiente, subió a su automóvil y manejó hacia el trabajo. En el camino se detuvo para conseguir el diario y desayunó en el restaurant de costumbre, que estaba en la esquina sobre la misma vereda que su oficina, y desde donde podía oler a través de las ventanas el perfume de las frescas flores que preparaban las floristas.

Disfrutaba las grandes maravillas pero también las más chicas que la vida le traía, porque entendía que le había costado mucho esfuerzo alcanzar todo aquello. A pesar de las contrariedades sufridas durante tanto tiempo ahora se encontraba en condiciones de parase erguido en la cima de su montaña, mirando orgulloso sus dominios extenderse debajo con una sensación que le erizaba la piel, sabiendo que finalmente todo en el mundo parecía perfecto.

Sin embargo, algo lo preocupaba. Mientras realizaba sus actividades en todo momento no podía dejar de pensar acerca de su contraseña conocida. Le parecía muy extraño que para los demás fuera tan obvio que estaba usando un password fácil de adivinar pero que a él no se le había pasado ni remotamente por la cabeza. Se sintió muy incómodo pensando que muchas veces no nos damos cuenta de las cosas hasta que alguien nos abre los ojos.

Pero entonces Peter Jenkings cuestionó su vida íntegramente pensando que tampoco tenía forma de saber si su presente completo no transcurría recluido en soledad en un vacío cuarto cerrado, si toda su realidad existía nada más que en su imaginación. No sabía si cuando manejaba todos los días al trabajo solamente hacía los ademanes de mover un invisible volante, o si cuando se sentaba a comer oliendo las flores nada de eso llenaba su estómago ni sus sentidos.

Lo que realmente paralizaba a Peter con una enorme sensación de temor era no saber si al disfrutar orgulloso de la extensión de su mundo, lo único que hacía era pasarse horas de pie con una triste mirada añorante fija en la pared; y si a veces, con suerte, unos fríos ojos extraños acompañaban sus actos evaluando desinteresadamente lo que querían representar. Desconocía si su vida lo encontraba convertido en un anclado mimo, pintando con movimientos aquello que su cerebro interpretaba de la realidad.

Peter Jenkings siguió con su rutina diaria hundiéndose cada vez más en sus pensamientos. Pensaba cuántas cosas que hacemos todo el tiempo no tienen en realidad ningún sentido. Cuántas otras cosas no sabemos mientras continuamos con nuestras importantes actividades (las cosas que hacemos, que nos hacen lo que somos) en la ignorancia de que tal vez no seamos nadie, y que todo aquello en lo que creemos es una mentira. Y se preguntó si sería mejor conocer aquello que está oculto, remover las vendas de los ojos para poder entender la verdad absoluta, o continuar viviendo la irrealidad como un tonto infeliz que contempla sus dominios conquistados.

Tal vez sí sabía que era un password conocido pero no quería reconocerlo.

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