
El viejo, sabio, líder, anticipándose a sus enemigos, comenzó a tejer los hilos de sus planes para defender el reino, manteniendo varias reuniones ultra secretas con las personas de su mayor confianza. El primer paso fue llamar al General de sus ejércitos, quien más que un amigo era un hermano para el Rey, habiéndolo acompañado en innumerables campañas y victorias, y que a su vez era muy querido por el pueblo todo, reconocido y aclamado en los desfiles triunfales al regreso a casa. El Rey le dejó una carta sellada para abrir en caso de que algo le sucediera; íntimamente era el único que sabía que le estaba dejando al General la sucesión al trono.

El Rey luego, junto a su General, convocó por separado a siete jóvenes Oficiales en contra de los cuales tenía pruebas concretas de su participación en actos pasados de traición y en la elaboración de otros futuros. Sin desenmascararlos, les dio a cada uno órdenes de que formaran un grupo de nueve hombres, se disfrazaran para pasar desapercibidos entre la población, y los envió en direcciones distintas a puntos lejanos del reino; al llegar les sería dado un sobre con sus instrucciones. Cuando los Oficiales partieron, inmediatamente fueron reemplazados en su cargo por otros Soldados en los que el Rey confiaba.
Cuando todas las piezas fueron movidas y el juego estuvo planteado, el viejo Rey terminó sus preparativos, se despidió del General dejándolo a cargo de los asuntos inmediatos, y abandonó sus ropajes reales para vestirse como un común y no ser reconocido. Luego dejó el palacio sin que nadie lo viera, al anochecer, y viajó a esconderse en una casa secreta alejada a esperar a que los hechos se desarrollaran.

Sin embargo, al llegar al cruce de caminos cerca del amanecer, los Guardias fueron sorprendidos y atacados por varios grupos de nueve hombres que parecían venir de todas las direcciones. Los soldados del Rey fueron ejecutados, cumpliendo con honor su sacrificio no sin antes vencer a un gran número de sus atacantes. Las instrucciones de los jóvenes Oficiales traidores los llevaron a ese lugar en esa fecha, y la oportunidad de acabar con la Guardia Real (y posiblemente con el Rey mismo) hicieron el resto: en esa batalla varios grupos de nueve hombres lucharon entre sí sin dejar muchos sobrevivientes; los que escaparon, y los grupos que no llegaron a tiempo a la cita, fueron luego perseguidos, condenados y ahorcados por traición.

Nadie nunca supo, ya que el plan fue diseñado complejamente para borrar todas las huellas, que el mismo Rey había armado su muerte jugando la partida alrededor de su propio sacrificio. Los libros de historia dirían siglos después que una conspiración entre agentes del exterior y oficiales corruptos había alcanzado y vencido en su escondite al anciano y su escolta, y nadie escribiría que los Mercenarios lo encontraron a donde él los había llevado y los esperaba en paz, habiendo dejado en orden todos sus asuntos y cumplido con lo que se esperaba del Rey en su retiro, dando la vida en el final para garantizar el bien de todos.
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