El Ojo que Todo lo Ve
No podemos ver al Sol directamente a los ojos, apenas una fugaz mirada. En cada eclipse volvemos a oír una y otra vez las mismas recomendaciones, existe el riesgo de quedar afectados por lesiones permanentes por nuestro atrevimiento, y en un día cualquiera es fácil comprobar que hasta una visión de pocos segundos nos queda marcada en la retina para recordarnos por un rato que no se debe hacer. Lo interesante es que a pesar de todo sí podemos ver al Sol, aunque sea un poco. No quedamos instantáneamente ciegos al levantar la vista. La clave es que estamos adaptados para ver lo que necesitamos ver. Quien haya pasado alguna vez por un fondo de ojos en un examen ocular, sabe que con el dilatador de pupilas usado por el médico, nos volvemos más sensibles a la luz por un tiempo. Vemos momentáneamente más de lo acostumbrado, y esto puede llegar a molestarnos, confundirnos, hacernos doler.

Como en la Alegoría de la Caverna de Platón, somos ese hombre que no alcanza a ver las cosas tal cual son, sino como una sombra de la realidad proyectada en una pared. Hay otros rayos en el Sol, otros colores que no vemos en la luz, y es inquietante darnos cuenta de que todo alrededor hay un mundo invisible a nuestros sentidos. Pero el hombre de la caverna no conoce otra verdad, es incapaz de ver fuera de la cueva, y aunque pudiera hacerlo, quedaría sin dudas cegado por tanta luz e imposibilitado de reconocer la forma real de las cosas.

Existe otra iluminación, la del conocimiento y la inteligencia para comprender el significado de las cosas. Por cada pregunta que encuentra su respuesta aparecen 10 nuevos interrogantes. Nos damos cuenta que siempre habrá una última pregunta cuya explicación está más allá de nuestro entendimiento. Nunca, como hombres, llegaremos al conocimiento total de todas las cosas, eso está reservado para otro nivel.

El Ojo que Todo lo Ve está presente en cualquier punto del Universo contemplando a la vez la partícula más ínfima y el conjunto de todo lo existente, conoce lo que había antes del inicio y lo que quedará luego del fin, y el punto exacto en el que termina el infinito. La sabiduría del absoluto está fuera de nuestra razón, y en cierto sentido es mejor así, porque no estamos preparados para absorber semejante cantidad de información, y el tener acceso a las respuestas no nos garantiza acabar con todas las preguntas. De igual forma que nuestros ojos saben mostrarnos únicamente lo que necesitamos ver sin cegarnos, nuestra paz mental está protegida también, gracias a Dios, con la ignorancia.

La ignorancia es felicidad, después de todo.

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