Los Prescindibles
Subo al avión del destino. Encuentro un inquietante silencio donde antes estuvo presente la gran explosión, y ahora solo queda caos y desolación en distintos montones informes sobre la tierra arrasada, extraños al paisaje, absurdos desconocidos. Escucho como avanza desde lejos el grito de sirenas que se acercan cada vez más hasta llenar los oídos. No hay llamados, ni quejas, ni reclamos, no se ve ningún movimiento. Todo parece un cuadro triste y bizarro de una paz abrumadora.

Subo al crucero del destino. Atravesamos un mar negro sin costas a la vista. Hay solo oscuridad alrededor, las estrellas se reflejan sobre el agua y las llamas furiosas nos hacen parecer una antorcha en el medio de la noche. Los gritos alteran los nervios y erizan la piel, aguijoneando las cabezas y nublando los pensamientos. Los botes desaparecen ya en todas direcciones. Muchas personas quedaron a bordo sin poder escapar del humo, el fuego y las explosiones, cuando al fin el barco se inclina y desaparece dejando solo sombras y unos pocos puntos de luz en el cielo y el mar.

Subo al auto del destino. Apenas el Sol se eleva sobre el horizonte y los restos retorcidos de los vehículos se recortan como negros fantasmas contra el nuevo día, humeantes, chirriando quedamente al enfriarse. Hace frío en la mañana de la ruta solitaria, aún falta mucho para que los primeros viajeros se acerquen cautelosamente al ver desde lejos la humareda cubriendo el camino, movida por una brisa suave. Se apurarán luego con la esperanza de que todavía quede algo por hacer. Pero ya todo estará hecho.

Subo al tren del destino queriendo entender el plan del Universo, intentando desenredar la madeja elaborada por las hilanderas que todo lo ven y todo lo deciden. Me pregunto quién realmente señala a aquellos que son los prescindibles, los que no verán el fin del día y serán ignorados, o serán llorados y luego olvidados, o serán recordados eternamente con el dolor de un puñal clavado en el corazón mientras el mundo sigue rodando. Fantaseo con la idea de que todos somos vulnerables y condenados a la perdición, con la excepción de unas pocas personas, a veces uno entre cientos, que están predestinadas a ser las salvadoras del resto. Con estas reglas, los imprescindibles no pueden ser tocados por el destino, y con el aura de su presencia protegen e iluminan a los comunes.

Subo al tren del destino cada día con el íntimo deseo de que el simple acto de estar ahí sirva para dejar una huella, para que puedan los que me rodean vivir felices y despreocupados porque, sin saberlo, tienen la seguridad de estar conmigo. Llego al fin del camino sano y salvo pensando, con una sonrisa en los labios, que pude nuevamente evitar una tragedia. Nunca estoy seguro de que haya sido mi existencia la que generó semejante hazaña, es más: estoy casi convencido de ser otro prescindible del montón. Sin embargo, y aunque me levanto cada mañana fastidiado por tener que hacer un nuevo viaje, me imagino vistiendo el traje de héroe para cumplir mi misión de salvar más vidas. Hasta ahora tuve éxito, ¿quién sabe?

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