Ojos Bien Abiertos
Cuando una amiga del corazón, uno de los ángeles que iluminan nuestra existencia, se acerca para compartir recuerdos de su vida, no hay otra opción imaginable más que disfrutar escuchándola atentamente y revivir juntos sus pedacitos de historia. Mucho más aún cuando su intención es contarnos sobre cosas maravillosas que alguna vez la sorprendieron, esos momentos en que podemos liberar la mente y sentir que no sabemos nada, que nada está escrito y podemos volar lejos a ver qué hay más allá del horizonte.

Puedo emocionarme con sus palabras al ser parte de ella y sentir en su piel, aunque sea brevemente, el estremecedor momento único de ser madre, ese instante de revelación dónde por fin se da a conocer esa criatura pequeña que imaginó en su mente todos los días desde hace mucho tiempo, y ahora está viva y se mueve y respira y llora, y es mil veces más hermosa de lo que pudiera haber imaginado. Pasaron algunos años desde entonces, y seguramente habrá compartido varias veces con su hija esos recuerdos, pero lo mejor es saber que todavía podrán revivirlo y compartirlo nuevamente en el futuro cuando la niña convertida en mujer esté a su vez embarazada, esperando su propio milagro, viéndose a los ojos como se vieron en aquel primer día.

También en nuestros sueños podemos volar y viajar a lugares lejanos, y sería un gran poder, si pudiéramos elegir uno, el trasladarnos en un instante a cualquier lugar del universo como un observador y contemplar las maravillas que nadie ha visto, como los fuegos internos de un sol, el límite del Universo (donde hay solo oscuridad sin estrellas) o el centro de una galaxia donde nunca es de noche, el fondo del océano o el corazón de un volcán, el silencio en la llanura helada de una luna de Júpiter. Poder moverse también a cualquier momento de la historia para ver acontecimientos extraordinarios como el nacimiento del Universo en una gran explosión, o la tormenta más grande jamás ocurrida, o el instante en que una placa terrestre se agita violentamente creando altas montañas de la nada, el día en el cual el hombre creó fuego o vio germinar la primera semilla plantada. Y sin embargo, todas estas maravillas ante nuestros ojos no son nada si no podemos compartirlas con alguien, porque las historias que llevamos dentro se convierte en viejas películas gastadas en blanco y negro, si no las proyectamos en la mirada de quienes nos rodean.

Comenzamos a morir de a poco el día que ya nada nos sorprende. Es fundamental vivir cada día como si fuera el primero, como niños que recién se despiertan al mundo y con su cara de sorpresa descubren lo que los rodea. No quiero una vida donde conozco todas las respuestas, sino una donde sé que habrá un nuevo capítulo por aprender. En ese sentido, cada persona lleva dentro su propio mundo formado de vivencias y conocimiento, y creo que lo que buscamos en los ojos de los otros es entender y ser parte de ese mundo, reforzar esos lazos invisibles que nos unen. Nuestros hijos son el mejor ejemplo, donde hasta un simple cruce de miradas es suficiente para comprender, aprender y sorprenderse.

No tuve la oportunidad de presenciar el nacimiento de mi hijo por culpa de algunas reglas demasiado estrictas de la clínica donde vino al mundo, y aunque jamás conoceré el torbellino de sensaciones que deben experimentarse en esa situación, imaginé mil veces cómo debe haber ocurrido. En esa madrugada tuve que esperar solo, ansiosamente en un pasillo oscuro, vacío y silencioso durante muchos minutos que parecieron horas, mordiéndome los codos en una situación extraña sin saber que hacer ni que pensar. En parte agradezco que así haya sido, porque separó el caos y nerviosismo de esa hora, y me permitió vivir nuestro encuentro de otra forma. Tengo grabado en mi memoria el recuerdo del momento en que nos presentaron, él era simplemente perfecto, acostado tranquilamente, despierto al mundo con su cara de sorpresa descubriendo lo que lo rodeaba. Fue en ese instante en que empezamos a conocernos donde todo cambió porque de repente yo nada sabía y también tenía un mundo por descubrir. Me di cuenta que era padre de una personita viva que con mucha paz veía todo a su alrededor, con sus ojos bien abiertos.


Para Mariela. ¡Gracias por la inspiración!
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