Un Muerto en el Placard
—Seguramente hay una ironía en todo esto —pensó Jonás-, pero dudo que algún día lo recuerde con una sonrisa. —A sus pies yacía un cuerpo completamente inmóvil mientras él dudaba si esconderlo en el pequeño cuarto que se encontraba frente a sus ojos.

—Es tan cliché que me siento mal de solo pensarlo. ¡Voy a tener mi propio muerto en el placard, literalmente! —Se sintió mareado mientras abría la puerta, golpeando con ésta sin querer en la cabeza al sujeto tendido en el suelo. Se cubrió la boca por la sorpresa a la vez que hacía un movimiento instintivo por ayudarlo, viendo al segundo que era inútil—. ¿Por qué me tienen que pasar a mí estas cosas? ¿Por qué tuvo este hombre que venir a morir hoy, justo en mi sala?

Cruzaron por su cabeza interminables imágenes de policías, médicos, el FBI, CSI y otros hombres muy serios invadiendo su casa. Luego se dio cuenta de que sin duda lo llevarían a la comisaría para tomar su declaración, que pasarían horas hasta que pudieran ubicar a los familiares de aquella persona, y muy probablemente él mismo debería darles la mala noticia y acompañarlos en su dolor... Hasta imaginó que ellos lo verían con una mirada cargada de odio, desconfianza y reproche ¡Le llevaría todo el resto del día y toda la noche desprenderse de esa incómoda situación!

Lo que finalmente hizo que se decidiera fue recordar a Verónica. Aquel no era un día cualquiera sino que era EL día que había esperado tanto tiempo, cuando por fin ella había aceptado encontrarse en una... cita, sí, no era otra cosa. La recogería a la salida de su trabajo, ya la imaginaba de pie en la puerta de ese gran edificio. O no, seguramente el llegaría antes con gran ansiedad y una sonrisa en los labios viéndola salir con su pelo ya suelto cruzándole la cara. Sin pensarlo más, acomodó como pudo el cuerpo en el fondo del reducido espacio del armario empujando a un lado cajas de zapatos y paraguas viejos.

Jonás tomó rápidamente su billetera, el teléfono y las llaves, y se lanzó resuelto hacia la calle mientras intentaba ordenar su mente. Compraría un chocolate para sorprenderla en su fatiga con algo rico. Imaginó la tristeza de estar encerrado en la oscuridad sin que nadie lo sepa. La llevaría a un café para poder hablar largamente, descubrirse sin prisas. Alguien que lo ama estaría con seguridad recordándolo ahora. ¿Qué palabras pronunciarían para conocerse, cómo continuaría la noche? ¿Cómo sería el instante en que supieran que ya nunca más iba a volver?

Desde el primer saludo las cosas no resultaron como las había soñado. Había un nerviosismo en el aire que se podía sentir y no era debido a la tensión de la cita. Él tenía muchas razones que le impedían concentrarse y ella lo notaba. Al verlo tan disperso algo se rompió en su interior e inventó una excusa para despedirse temprano, lo cual quitó en parte el peso que agobiaba a Jonás. Entendió entonces que vivir con un cadáver en el placard era más que llevar un secreto por siempre, sino que además esto impregnaría como una mancha de petróleo todo aquello que lo rodeara. Seguramente Verónica no iba a querer verlo otra vez.

El camino a casa le pareció mucho más largo y en todo momento repitió un rezó con la esperanza de encontrar que nada de eso había sucedido realmente. Su corazón no había dejado un segundo de latir con tanta fuerza dentro del pecho como no recordaba haberlo sentido antes. Cada movimiento parecía único y en cámara lenta al buscar sus llaves, encontrar la cerradura chocando metal contra metal mientras cada pieza del mecanismo parecía resistirse al giro de su mano. Todo era silencio en su hogar, y apenas alguna luz entraba por las ventanas en el fin del día. Cuando abrió el placard ¡no vio nada!

Se quedó inmóvil conteniendo la respiración durante tantos segundos que creyó que nunca volvería a respirar otra vez. En sus ojos parecían danzar miles de puntitos luminosos mientras se acostumbraban a la oscuridad, y de repente, como un rayo, su mirada se vio atraída hacia un costado donde un zapato asomaba detrás de los abrigos colgados. Con un largo suspiro de resignación pero también con determinado alivio y respeto alzó el cuerpo del suelo, mientras pensaba que a todos nos sorprende un día en la vida donde se produce un vuelco y nos golpea la realidad haciéndonos caer de nuestro inventado trono. Comprendió que ese día había llegado hoy. Debía dejar de comportarse como un imbécil y hacerse cargo de las cosas.
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