
Es solamente un juego, no tiene que yo sepa ningún fondo científico o aplicable a la vida diaria, pero gente con mucha dedicación se esforzó en calcular cuál era el número mínimo de movimientos que deben realizarse para llegar a la posición correcta partiendo desde cualquier otra desordenada. Hace pocos meses se publicó la historia de que podía ser resuelto usando nada más que 20 movimientos o menos. Con poca humildad se llama a este número El Número de Dios y al método para completar este y otros acertijos, El Algoritmo de Dios.
Con mi característica ambivalente que fluye constantemente entre el pensamiento práctico (rígido) y los infinitos mundos de fantasía, no puedo dejar de imaginar un uso común, humano, del algoritmo de Dios a las cosas que nos suceden todos los días. La idea básica sería entonces que, no importa en qué problemática situación enmarañada nos haya puesto el destino, siempre habrá una salida a pocos pasos de distancia (sin incluir, por supuesto, el suicidio ni nada inmoral). Como el azar de todo aquello que está fuera de nuestro control, lo único que nos limita no es la suerte sino nuestra propia incertidumbre.

También la incertidumbre ataca nuestros sentimientos causando las mayores penurias. Probablemente todos nos preguntamos alguna vez "quién será la mujer (u hombre) de nuestros sueños", "dónde se encontrará el alma gemela que nos acompañará en los senderos de la vida", "cuándo será el día marcado en el futuro en el que la conoceremos"... y muchas veces resulta ser alguien que estuvo siempre a nuestro lado sin que nos demos cuenta.
Una frase conocida dice: "Si el problema tiene solución, preocuparse no vale de nada y si el problema no tiene solución no vale de nada procuparse". Debemos darle a la angustia y al temor su peso justo, y siempre recordar en los momentos de ofuscación que la respuesta que buscamos a nuestro rompecabezas puede estar solo unos pocos pasos más allá.
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